Por Gladys Ana Silvia Rivera González

Romper el tabú del papel con tinta en las manos de una mujer. Esa fue nuestra tarea.

“No, no podía ser, no podía terminar así. Tenía que haber otra forma. Para nosotras, tenía que haber otra opción, porque no nacimos para rendirnos debajo de los rieles de un tren. Las opciones fáciles, de mujeres con huesos frágiles y espíritus melancólicos, están vedadas. No debajo de un tren, no pensando los otros, pobres de ellas…no, no como la Ana Karenina de Tolstoi”.

Para Marcela

Hace calor y este vestido me desespera, las chicharras no paran de cantar, seguro va a llover. Habrá un tiempo donde ya no las escuche, así que me quedaré quieta, dejando que el sonido penetre en mi cerebro y el recuerdo quede anclado en mi memoria. Las chicharras, las iguanas, los árboles moviendo las hojas, la lluvia, las calles llenas de colores de mi Comitán. Tengo muchos viajes por hacer, así que hoy, sentiré este calor y el sudor saliendo por cada uno de mis poros.

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary

Está frío aquí. Extraño ver los volcanes, voy a escribir un rato, necesito escribir; así el recuerdo me trae de regreso a mi Nicaragua, sus orillas sinuosas, sus rostros morenos, sus campos de algodón, de maíz, los frijoles con arroz, los guineos, los platanales, las cepas, las pitahayas, el calor. Porque, hace mucho frío aquí, pero voy a escribir, y al escribir traeré el calor a mi cuerpo. Tal vez por eso los ingleses escriben mucho, para calentar el alma.

Yo la mujer de barro
hecha y guardada por los siglos y siglos
surgida del mismo tiempo
con una costilla de más, me dice Adán
y una semilla de nancite para Eva

Tal vez muchos me traten de bruja. Eso de escribir es tarea de brujas. Imagínate que poder hay detrás de una pluma que traza ideas. ¿Y sobre qué escribiré? Voy a escribirle a Mario. Mario sigue aquí dentro y voy a escribirle a Mario. Cuando uno escribe, piensa en el final, más que en el principio. Piensa en el sabor de cerrar la última página de un libro, más que en el nudo que se desentraña desde lo profundo del alma, porque los nudos de un libro vienen del alma. Me pregunto ¿cómo será mi vida en unos años?, ¿que mujeres me leerán?, ¿qué sentido tendrán mis historias? ¿Qué dirán de mí en los diarios, que memorias quedarán de mis fotos? Dirán ¿Era buena escribiendo, era mala y me aburría?

Hay muchos escritores hombres, muchos hombres que piensan, muchos libros por escoger de ellos. Aquí ahora puedo estudiar, puedo caminar, en este valle, lejos de mi Comitán, pero escribiré sobre Comitán, sobre la leche, el maíz, los vestidos largos con faldones, los pies descalzos de los niños de mi tiempo, una mujer tiene que escribir sobre su tiempo, sobre su rol en su tiempo.

Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Vos sabés que toca escribir también desde la cárcel. Sabía que, si seguía escribiendo, expresando, parándome en los atrios de las iglesias, pintando muros, vendría a escribir desde la cárcel. Pero la pluma no se encarcela, esta fluye en la página, en las paredes, en las pizarras, en las mentes, en las telas, en el pavimento. ¿Para qué estás aquí? Unos están para escuchar, otros para cantar, unos para callar, otros para caminar, unos para dibujar, otros para borrar, unos para liberar, otros para encarcelar, unos venimos a escribir, tenemos que escribir, es un deber, es un derecho, es lo que somos, escribir.

Tal vez nadie me leerá, tal vez muchos me criticarán, ¿Quién sabe que dirán de mis relatos en unos años? ¿Era buena escribiendo, era mala y me aburría? Tal vez muchas mujeres se han hecho y se harán estas preguntas que me hago hoy, pero es lo que siento, escribir es una manera de estar en la historia y conectarme con el tiempo, los sucesos.  Buena no sé si sea, mala tampoco, tal vez queda a cada lector, juzgar. Esa es la bondad de la pluma, sólo dejarla correr y expresar, ojalá y Nicaragua tenga más gente que escriba, tal vez no me guste lo que escriban, pero ojalá y Nicaragua tenga más gente que escriba.

Soy la furia del tiempo sin cabeza
Como una cara sin rostro
o un final de amores sin espejos.
Viva vivo y he vivido en el barro
a través de los ríos y las estaciones
y las capas geológicas y las erupciones
y los sinfines de culturas que no acaban
y las que apenas principian
en medio de todo el ruido.

La vida se me va de las manos, ella viene a mi vientre y se me va de las manos, ¿qué tengo yo para poseer?  Nada. Esposa, Madre, Mujer, como otras mujeres. La vida se me va de las manos. La muerte viene a verme, me acompaña, come conmigo y me dice ¿Rosario, me vas a contar tu historia? ¿La puedes escribir? Así desenredamos tu cabello y el mío y hacemos trenzas. Suelta todo Rosario, suelta todo, suelta esas vidas que no llegaron y las que se fueron. Suelta ese amor que no fue eterno, que tiene muchos nombres y haz con ellos muchas trenzas, pero escribe Rosario, escribe todo, quiero que me cuentes tu historia.

Siento cansancio, mucho cansancio, a veces, sólo suelto el dolor como el agua en estas páginas, pero marcharé siempre al pie de la letra, dejaré historias y tiempos de mi México selladas para que tú las leas, te recrees, me conozcas, y tal vez, tal vez de algo haya servido.

Me iré de viaje de nuevo, llevaré el pasado conmigo, labraré el futuro en un nuevo destino.

Debe haber otro modo que no se llame
Safo ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Se me fue mi niño, se me fue. Ahora tengo estos chavalos conmigo, mi niño se me fue, pero me llegaron más niños, más niñas, tengo sus risas, sus juegos, me asaltan las dudas sobre mi rol con ellos, cómo seré su ejemplo, cómo sembraré semillas en sus vidas. Por qué no soy mamá de quedarme sentada esperando a la figura de un padre que llega y me besa la frente. Ahora ya sé que me dicen, ahí está Rosario, detrás, en las sombras del comandante, ahí está Rosario, que escribe, ahí está Rosario, todos la observan entre sus hijos y el hombre que está a su lado, ¿A quién va a elegir?

Mujer de barro yo, descabezada
guardo y dibujo fertilidad de luceros
descabellada, quebrada y recocida
de mi amor inicial sembré los frutos

¿De mi muerte que dirán? luego de mi muerte ¿Qué dirán?, ¿Qué otras Rosarios habrá?  ¿En qué tiempo existirán? ¿Qué caminos abrirán? Esas otras Rosarios, poniendo sus propios ladrillos, luchando sus propias batallas, soltando estrellas desde la pluma, haciendo temblar universos, hoyos negros, soles inmensos, galaxias humanas, escribiendo, escribiendo, escribiendo. Así como he venido yo, con este nombre, con este sello, con este arte, de escribir sin miedo. Así como he venido yo, a mojar tu frente, arrullar los sueños, esparciendo dudas, poniendo secretos, llamando a las tradiciones, recogiendo misterios. Castellanos, de apellido. Pero con nombre propio, Rosario.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

 

Otro modo de ser.

Rosario Castellanos

1972

 

Ahí está Rosario, hoy sembrada fuertemente como árbol con las raíces en la tierra y las ramas extendidas en el futuro de su país.

sigo sembrando y pariendo
y recogiendo y regando
en este comal de silencios
aquí volteada a la izquierda
con la piel siempre inmensa

Yo la mujer de barro.

Rosario, Murillo.

1975